viernes, 17 de febrero de 2017

Relaciones correctas 7



        1 Corintios 1:10
Les suplico, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos vivan en armonía y que no haya divisiones entre ustedes, sino que se mantengan unidos en un mismo pensar y en un mismo propósito.
         En cuanto a nuestra relación con otra persona, podemos tener una de estas dos actitudes básicas: (1) una actitud de Rechazo o (2) una actitud de Aceptación. Rechazar a otra persona significa que no la aceptas tal como es. El rechazo es una actitud que dice: “Si quieres que te acepte, debes cambiar todo lo que no me agrada”.        Aceptar a otra persona significa que voluntariamente la aceptas tal cómo es, sin ponerle condiciones. No significa que tú no ves sus defectos ni que apruebas todo lo que hace, simplemente significa que la aceptas en la misma forma en que Cristo te ha recibido a ti. La Biblia dice: Por tanto, recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios (Romanos 15:7).
        La razón por la que debemos aceptarnos unos a otros es porque Cristo nos ha recibido a nosotros. Él murió por nosotros cuando aún éramos pecadores. Él no nos dijo: “Yo no los recibiré hasta que hayan cambiado”. No, Él nos recibió total y gratuitamente tal como éramos y nos dio todos los privilegios y beneficios de un hijo de Dios. Esta es la actitud que Dios quiere que tengamos hacia los demás. Que nos demos cuenta de ello o no, la actitud que tenemos hacia otra persona tiene un profundo efecto sobre ella. *La actitud de rechazo hacia una persona impide que el amor de Dios fluya de ti mismo hacia esa persona. Tiende a “amarrarla” y a impedir que ella llegue a ser lo que Dios quiere que sea. *La actitud de aceptación hacia una persona permite que el amor de Dios fluya a través de ti hacia esa persona. Tiende a “liberarla” para que pueda ser lo que Dios quiere que sea.
        Un padre cristiano relata cómo Dios obró en su vida y en la vida de su hijo: “¿Tengo que ir?”, preguntó con resentimiento nuestro hijo de 15 años, arrastrando sus pies en el suelo. “Quiero quedarme en casa con mis amigos. Además el auto irá lleno… ¿y quién quiere viajar 1,000 kilómetros apretados como sardinas en un auto viejo y feo?” Esta expresión de ira latente de parte de mi hijo Roberto, indicaba precisamente el problema creciente que amenazaba últimamente nuestras relaciones. En lo más profundo, mi corazón guardaba un resentimiento creciente en contra de Beto. No me gustaban sus amigos, ni la forma en que se peinaba y me molestaba sobremanera la música que le gustaba. La comunicación entre nosotros había empezado a ser muy tirante. Beto nos acompañó de mala gana, y de algún modo pasamos esa semana. Pero al volver a casa, como padres, nos pusimos de rodillas ante Dios. “Señor,” oramos, “sabemos muy bien que ésto puede llevarnos a un desastre, afectando no sólo a Beto. Seguramente otros también serán heridos si continúa con su rebeldía. No podemos dejarle seguir así. Dios, Tú tienes que darnos la respuesta,” suplicamos. “Por favor, muéstranos la solución”.
        Yo no estaba preparado en lo absoluto para la respuesta de Dios. Él enfocó Su luz penetrante en las actitudes de mi corazón, y lo que había estado oculto por tanto tiempo, de pronto se hizo dolorosamente evidente. “Mientras escojas rechazar, resentir y condenar a Beto, Mis manos están atadas,” sentí que Dios me decía. “Te interpones en el camino y no puedo ayudar a tu hijo. Tú eres el problema verdadero”. “Oh, Dios mío,” gemí conturbado. Él continuó examinándome. “Cuando Yo te acepté en Mi Hijo Jesucristo ¿te pedí que fueras santo y recto antes de aceptarte? ¿Acaso no había muchas cosas en tu vida que me desagradaban? Sin embargo te amé y te acepté por amor a Mi Hijo”.
Yo luché mucho con lo que dijo a continuación: “¿Te acercarás ahora a tu hijo y le confesarás tus actitudes equivocadas, tus resentimientos, críticas y rechazo? ¿Le pedirás perdón por tu pecado contra él?” “Pero, Señor,” protesté. “¡Él se ha puesto rebelde y está equivocado!” “Me doy cuenta de éso, hijo mío, y tengo el remedio, pero eres tú el problema mayor. ¿Qué me dices de éso? Puedo esperar todo el tiempo que me hagas esperar, pero si rehúsas humillarte, no puedo prometerte que no perderás a tu hijo”.
        Mientras yo luchaba con la propuesta de Dios, el asunto quedó penosamente claro y aunque no tenía ninguna promesa de lo que le sucedería a mi hijo, entendí lo que yo, su padre, tenía que hacer. Dios no me pedía que aceptara la rebeldía de mi hijo. Me estaba pidiendo que lo amara y lo aceptara genuina e incondicionalmente, tal como era y no como yo quería que fuese. Aunque la humillación me era muy dolorosa, de repente tuve mucho miedo de no dejar a Dios quebrantar mi voluntad. Las consecuencias para Beto y para mí serían sencillamente una carga demasiada pesada de soportar. Supe entonces que Dios esperaba primero mi sumisión y no la de mi hijo.
       El padre contó lo que ocurrió cuando él obedeció a Dios: Después de haber hablado con mi hijo nos abrazamos, y las lágrimas que corrían de mis ojos parecían borrar todo el resentimiento en contra a Beto. Luego sucedió algo sorprendente. Beto también comenzó a llorar y con el corazón quebrantado reconoció su rebeldía y nos pidió perdón. Entonces volviéndose hacia su madre y abrazándola, confesó con lágrimas su mala actitud hacia ella y le pidió perdón. Han pasado dos años desde aquel día. La obra del Señor fue tan completa que, aunque yo he fallado de muchas maneras desde entonces, Beto ha seguido firme en los caminos de Dios.

         CONCLUSIONES
Dios dice que Él no desecha un corazón quebrantado y contrito. Y sólo Dios sabe qué puede pasar cuando Su amor poderoso y redentor tiene rienda suelta en nuestra vida.

La mayoría de nuestros problemas provienen de que rechazamos partes de nosotros mismos: no nos amamos total e incondicionalmente

El rechazo solo es la evidencia de la falta de perdón y aceptación de una persona a otra.

La actitud de rechazo habla de un problema relacional entre las personas, la manera de solucionarlo es a través de unos lentes en donde el enfoque sea el amor de Dios

        REFLEXION
  1. Barreras y enemistades te pueden llevar a rechazar a las personas con las que has tenido cierto conflicto, ¿Hay alguna enemistad entre tú y otra persona? ¿Hay alguna barrera?
  2. El sentirse rechazado por nuestros padres como el caso de Roberto es una oportunidad para que el enemigo gane terreno y se fomente más la falta de perdón, ¿Hay rechazo en tu vida? ¿Eres un hijo o una hija que siente rechazo por tu padre o tu madre? ¿O eres un padre o madre que siente rechazo por tu hijo?
  3. Rechazar a otra persona significa que no la aceptas tal como es, ¿abandonarás tu rechazo y permitirás que el amor de Dios fluya desde ti hacia esa persona?
  4. La actitud de rechazo hacia una persona impide que el amor de Dios fluya de ti mismo hacia esa persona, ¿tomarás la iniciativa para que el amor de Dios fluya hacia tu prójimo con más intensidad?
            ___________________________________________________________
            Pastor Oscar
           Invitaciones a conferencias y talleres sobre estos temas y de liderazgo, llamar al teléfono 017351525825 ó escribe al correo: oscarhp07@hotmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario